Con unos acordes que bajan una escalera decididamente primero, con cautela después, empiezo a escribir con esta incertidumbre de qué decir esta vez, cómo empezar y cómo seguir...Y sin embargo llevo días con este desasosiego, con este ahogo, este desbordado y nervioso regurgitar de las palabras en el estómago, queriendo gritar algo y no sabiendo qué ni si hay permiso ni deber...
Con lenta cocción, en un domingo especial cualquiera, dirección a la ciudad de las luces amarillas, ahí empezó a cocinarse mi teoría del nacimiento de las nubes, mientras una llantina en el ambiente volvía aquel día brillante, soleado y caluroso, en un mediodía muy muy caluroso de invierno, pero de invierno...Ese no saber qué pasaría y sin embargo temiendo que lo sabía me hizo fijarme en lo níveo de las nubes, tan mullidas, perfecto asiento para los espíritus, y para los vientos con alma que se cansan de soplar. Se me ocurrió buscar y dar explicación a ese terciopelo blanco tan bruñido que a ratos ciega y encandila el rostro hasta envejecerlo... ¿De dónde? ¿De dónde venía todo aquello?
Hete aquí, que en ese domingo con un deseado futuro violeta, con un verdadero futuro gris pasado por aguas casi de mayo, vi a aquel alfarero corredor de palacios con ángulo, palacios habitados por estrellas negras cuyo despotismo les impedía brillar. Con manos gigantes tan viriles, y a la vez tan suaves y tersas como la más joven ninfa se encargaba de moldear con amor la sangre condensada de los ángeles, haciendo de esa mousse escarlata, nido, pasadizo, y postre de los cuervos, antaño los fénix del universo.
Las estrellas negras llevaban eones urdiendo la sombra de la tierra. La sombra roja. El cielo se taparía con la sangre de los ángeles, y si ellas negras no podían dar luz a los hombres, nadie ni nada lo haría; este orbe mutaría en útero gigante. Y se valdrían para la talla de cada sangría, de aquel esclavo alfarero desprendido de aquel martilleador de gotas melódicas apodado piano.
El antiguo pianista ahora reconvertido a cuajador de sacrificios guardaba un secreto. Tenía un hijo con Priscíade, el arcángel bastardo de dios, un repudiado por tener pecho y sexo...Y de una noche tan oscura como el sótano del océano nació Lelahel, el ángel con el don de la luz.
Y a Lelahel le tocó morir, y a su padre recoger su sangre y con ella adoquinar el firmamento. Mientras a Lelahel se le iba la vida como se le desollaban las alas, al alfarero le caían las lágrimas que se hendían en las nubes rojas para teñirse de negro, y ya de luto horadar la gloria, el purgatorio, el infierno, y más abajo, el suelo, la tierra. Y con la caída de la primera lágrima negra en la laguna Estigia, empezó sin más, a gotear más y más de las nubes rojas mientras los cuervos se iban empapando y mudando su solemne y cromado pelaje, a una pelambre negra como el carbón, y a eso más adelante se le llamó llover; el plimplín de las gotas eran una sucesión de martilleos musicales, como el piano del alfarero, y a aquella música de nacimiento tan triste, se le llamó Nocturno.
En medio de todas aquellas primeras veces y del desplume del ángel, una de sus alas ya desnudas dejó perenne una única pluma; una llave. Blanca, como blanco era todo antes de que el universo existiese.
El alfarero conocía dónde se hallaba la Puerta de Tannhauser, allá donde su hijo se engendró, y supo que la llave aquella puerta abría. Y anduvo por la luz, y llegó a los jardines de la Vía Láctea, y durante dos meses y seis vidas y media exprimió sus anillos, embotelló su jugo, y lo portó en el mismísimo cinto de Orión, y aún de puro ingenio encolerizado ya de vuelta regó la negrura de la nada con aquel jugo, y con aquellas gotas nacieron las estrellas blancas…
Y a la vuelta a la tierra de los palacios angulosos amasó aquel mejunje luminoso y heterogéneo cargado de impurezas de otros cuerpos celestes, y con aquello puso fin a los cielos tempestuosos y oscuros, a las nubes de sangre; con aquello fabricó las primeras nubes blancas...
Y así termino con este cuento que solo a cachos se me ocurrió en un autobús mientras le intentaba poner cara a las nubes, mientras pensaba si la dicha me estrecharía la mano en aquellos días, si la novedad me guiñaría pícara un ojo en arras de algo que me alegrase el bimestre, o cerraría los dos y la novedad vendría con el polvo del camino…Y es que me llena la idea de poder darle origen a mi antojo a cada cosa en el mundo, de poder ponerle nombre a los momentos, a las horas, a la gente (otra vez)…Me vacía sin embargo que la Ley de Murphy conmigo sea Ley divina, se cumpla a rajatabla, y cuando algo pueda salir mal, salga peor…Fue un viaje que ya casi a la ida era de vuelta, con una noche por medio de poco sueño y mucha inquietud y decepción con el epílogo de ese libro, Destino.
Una señal de lo volado que estoy; de tan poco no se puede sacar tanto… ¿O sí…? Ajolá.
Hoy frase de libro porque sí:
"-...no te aguarda una vida fácil a mi lado.
-Eso no me asusta. No nací para tener una vida fácil."
La leyenda del Rey Errante. Laura Gallego García.
Astra las estrellas astrománticos!
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