miércoles, 1 de diciembre de 2010

Próxima parada y la tierra de Oz



Qué raro despertar. Qué raro abrir de ojos y pestañear. No es hora de nada. No es hora. Es cualquier hora y sin embargo, amanece en mi ánimo.
Una preciosa rara mañana.


Y es que ahora tengo algo grande con lo que llenarte querido baúl acordeón. Se abre ante mí el camino de baldosas amarillas. Ese camino casi cuarentesco, con aires de tejado nuevo, de decorado mágico, ese principio encantador, mítico y místico, pero también pesadumbrosamente intrigante. Ya lo sabes, me gusta cargarte de mezclas, todas raras, todas bien escogidas, todas estrafalarias, todas delicatessen en palabras que aturdan los sentidos y te ayuden a contar cuando te abras qué pasó en mi cabeza y en mi vida.



Qué raros despertares y acostares. Mi exasperante rutina rutiniana sigue siendo rutinosamente exasperante y a la vez nueva. Apenas si le he cambiado el frasco, pero ya huele a otra cosa.

Por eso digo que llevo algún tiempo en que me despiertan los sonidos de Pleasentville o antes, pero de cualquier modo, una trompa dorada y suspendida en el aire por otros cesáreos metales que me anuncian que aprovisione mi corazón y quijotera pues me queda el tramo largo, no en longitud sino en dificultosa aventura, el camino de mi vida, aprender a andar lo crédulamente andado en falso.

Uno, due, tre, quattro passi…

Cuando la carrera parece estar terminada te adelanta otra porción de vida, mira atrás con petulante desdén y te sonríe invitándote a ganar.
Terminé la carrera corriendo y ahora me resta la maratón marchando a paso ligero y sin mirar demasiado atrás porque se que la nostalgia me pisa los talones y si me descuido puedo quedar atrás.

Atrás dejo amigos, casa, familia, perra, vivencias…En orden alfabético nombro. Y es que esta ventana que se me abre ahora todas las mañanas para traerme aire fresco, para rejuvenecerme en vistas a la excursión me trae oportunidades, me trae presentes, casa nueva, familia nueva, quizás más tarde un perro que viaje al espacio, ¡oh! y vivencias mil.
 Pero toda recompensa requiere un sacrificio y el mío es partir justo cuando pego con el puño en la mesa, justo cuando el enorgullecimiento viene a visitarme a mi casa para decirme que lo valgo.

“-Ya puedes descansar. Duerme pacíficamente feliz de ti y de los que estuvieron contigo”.

Como un Blancanievo dormí pacífico e idílico y etéreo, sin preocupación, sin peso, ingrávido (sin gravedad como fuerza, y sin gravedad en el alma). Extenuados mis ojos, extenuado yo, así yací el día en que creí haber ganado la carrera.



Jamás había dormido tan tranquila y profundamente. Jamás había dormido como un bebé a excepción de cuando era bebé. No fears; no worries.

Aquel día se perpetúa en mi memoria almidonado con nubes de tragicomedia en tubo. La broma, la risa, la hipocresía, el burlesque, el drama y la tragedia, las lágrimas, la felicitación, el lamento, la adulación, el semblante impertérrito, el terror y pavor…
Todo junto volcado en un escrito ininteligible de cifras y letras que como puzzle a superar me separaba de mi objetivo.
Bromeé, reí nerviosamente, adulé y falseé mi aversión a aquella innecesaria prueba, hice constar la relevancia de la misma, temí el fracaso, lamenté no haberme preparado más, y entonces…tras la tormenta, vino…El ser felicitado, la petrificación de mi materia gris ante la cruda (pero esta vez, no menos sabrosa) realidad…

Querido baúl acordeón, te lleno una vez más galimatiosamente, laberínticamente como a mi me gusta, con el relato de lo que fue terminar mi carrera universitaria, de mis sensaciones en la prueba final, te lleno con lo salado que estuve más de una hora por la agridulce felicidad-melancolía de haber psicosomatizado el sueño de ser alguien y no poderlo mezclar con el otro sueño, el de que él me viese.

Pero…Mi madre lo vio, mi amor lo vio, mis amigos lo vieron, mi casa y mi perra también, y fue una vivencia, que por lejos que discurra la maratón a lo largo del camino hacia la tierra de Oz, hidratará mi felicidad mientras disfruto de un prometedor futuro junto al que posiblemente será el mayor tesoro y alimento que encuentre a lo largo de todo este camino.

Hace tiempo dije: la muerte nos espera a todos; lo que tenemos que hacer es coger por el camino más largo, elegir una buena compañía, y disfrutar del paisaje hasta que lleguemos.

Empiezo a ser consciente de que ya llevo tramo andado de ese camino; no se cuán largo es el que he escogido, pero se que sin duda será en la mejor compañía y de que los paisajes que lo arropen, reales, o imaginarios, serán escenario de un gran viaje.

He hecho una primera parada. Disfrutaré por un pequeño lapso de estos despertares y amaneceres y acostares de esotérica obnubilación, de incredulidad absoluta, de abrumadora relajación, y solo para reponer fuerzas y emprender el camino a la próxima parada.

Me quedan muchos miedos que superar y que afrontar, pero tengo dos buenos escuderos, a ti, y al sueño. El sueño, esa goma que lo borra todo y es capaz de quitar nubarros y llevarte de nuevo al idilio, al amanecer solitariamente dulce.

Disfrutad de la música y elucubrad sobre vuestro camino.
Astra las estrellas astrománticos!